08 marzo, 2010

Cambio de Mesa

Razones técnicas nos han obligado a mover esta «mesa revuelta» a otra habitación.
Simplemente la hemos colocado, con todos sus papeles y los mismos trastos,
en el cuarto de al lado. Podéis volver a curiosearla si entráis por aquí.
Deseamos que lo hagáis cuanto antes. En este traslado
os queremos agradecer mucho el tiempo que nos dedicáis
y todos los comentarios que habéis añadido
hasta ahora a nuestras palabras.
¡Hasta pronto!

Para seguir en contacto, guardad esta url: http://www.mesa-revuelta.blogspot.com/

27 febrero, 2010

El Cuaderno de Bor

Si se hubieran perdido algunos poemas que Miklós Radnóti dejó manuscritos, y de los que ya hablamos en otro momento, no sería una pérdida trágica para la literatura húngara. Pero si hubiera desaparecido este otro manuscrito suyo nos habríamos quedado sin sus poemas mayores, más maduros y esenciales. Y eso estuvo a punto de ocurrir. Es el Cuaderno de Bor.

«Vida mía, hoy tuvo lugar la inspección. Ya es definitivo que cinco compañías,
la nuestra incluida, partirán a Serbia, a Bor o Bory. No sé, a las minas de
cobre (...) Me siento completamente apático, solo sé que quisiera
vivir contigo y trabajar durante algún tiempo más.»
Carta de Radnóti, 24 de mayo de 1944

Cuando el ejército alemán ocupó Hungría, el 19 de marzo de 1944, exigió al Ministro de la Guerra húngaro que enviara a Serbia a tres mil hombres judíos reclutados para trabajos forzados. Así, la compañía de Radnóti llegó a primeros de junio al Lager Heidenau, en los alrededores de Bor. Conocemos el lugar del lager —todavía queda algún resto— pero solo podemos dar una estimación de su ubicación en el mapa a partir de las descripciones: «Encima de Žagubica en las montañas», como apuntó Radnóti al fechar los primeros cinco poemas del cuaderno.

Primera página del Cuaderno de Bor. Las imágenes del cuaderno están enlazadas a las páginas correspondientes de
nuestra web sobre el legado de Radnóti.


Se trata de un sencillo cuaderno de ejercicios. No sabemos cómo llegó a manos de Radnóti pues en los lagers de la zona de Bor estaba rigurosamente prohibido entrar en contacto con la población local. El título impreso es casi con seguridad un nombre serbio de reminiscencias patrióticas, tomado del monte Avala, al sur de Belgrado, donde en 1934 fue erigido un mausoleo a los héroes serbios de la Primera Gran Guerra y donde —en una curiosa coincidencia con el destino del propio cuaderno— se construiría también, después de la Segunda Guerra Mundial, otro monumento a las víctimas.

El monte Avala, tomado de aquí

Alejandro, rey de Serbia, coloca una ofrenda en el monumento a los héroes del monte Avala, 1934

Radnóti escribió diez poemas en el cuaderno entre el 22 de julio y el 31 de octubre de 1944. Las fechas seguramente indican cuándo fueron transcritos y no el momento de su composición. Así, la Égloga Octava, fechada primero el 22 de julio, fue luego tachada y reescrita sin apenas cambios bajo la fecha 23 de agosto.

La primera versión, tachada, de la Égloga Octava

No sabemos si Radnóti escribió solo estos poemas durante su último acto de servicio o si tenía alguno más que no recogió en el cuaderno. El conjunto empieza con la Égloga Séptima, pero su última égloga conocida era la Quinta, escrita en noviembre de 1943. Puede que considerara este fragmento escrito el 19 de mayo como la Égloga Sexta o que escribiera otra en el lager que luego no pasó al Cuaderno de Bor.

Los cinco primeros poemas nacieron en el lager, mientras que los otros cinco lo hicieron en diversos lugares durante el recorrido del batallón de trabajo desde las montañas serbias hasta Hungría. Radnóti, antes de emprender la marcha, hizo copias sueltas de los primeros cinco poemas –Égloga séptima y Octava, Carta a mi esposa, A la recherche, Marcha forzada– y las repartió entre sus compañeros cautivos encomendándoles que las llevaran consigo a casa. Los otros cinco poemas –Raíz, Égloga primera, Segunda, Tercera y Cuarta–, escritos en el camino, han sobrevivido solo gracias al cuaderno.

La Égloga Cuarta anuncia la muerte del poeta. La escribió el 31 de octubre, cuatro días antes de fallecer, en un papel aparte: el reverso de la etiqueta de una lata de aceite de hígado de bacalao.

El cuatro de noviembre, cuando Radnóti y veintiuno de sus compañeros presos fueron asesinados cerca de Abda por los soldados que los conducían, el cuaderno fue enterrado con él. Estuvo bajo tierra más de año y medio. Cuando la fosa fue abierta a finales de junio de 1946, el texto de los cinco poemas que había copiado aparte y entregado a sus compañeros estaba ya muy borroso. Sin embargo, el de los otros cinco poemas, que solo constaban en el Cuaderno de Bor, era perfectamente legible.


Radnóti, como si adivinara lo que le deparaba el destino, escribió un ruego en cinco idiomas para quien encontrase el cuaderno: que lo llevara a casa de su amigo en Budapest. Mientras vamos descendiendo por la página las palabras van haciéndose ilegibles. Ahora se ha reconstruido la versión inglesa por primera vez.


En nuestras páginas del legado Radnóti conservadas en la Biblioteca de la Academia Húngara de Ciencias, que se presentaron solemnemente el pasado 24 de febrero a la prensa, el Cuaderno de Bor tiene una sección aparte. Hemos publicado el facsímil completo, las imágenes de alta resolución de cada página, la transcripción de los poemas según la edición húngara moderna, así como la traducción inglesa de Emery George; y, siempre que ha sido posible, las imágenes de las versiones manuscritas que consiguieron llegar a las casas de los compañeros de Radnóti. El manuscrito del poema A la recherche —quizá el poema más hermoso de Radnóti, una auténtica recapitulación de su vida— se puede ver como fondo de todas las páginas del Cuaderno de Bor, así como en el resto del web.


Hemos empezado ahora a traducir al español estos poemas de Miklós Radnóti. Mientras acabamos nuestra traducción, copiamos aquí el mencionado «A la recherche» en la versión inglesa de Emery George.

A la recherche

Evenings, gentle and old, you return as memory’s nobles!
Gleaming table, crowned as by laurels with poets and young wives,
where are you sliding on marshes of irretrievable hours?
Where are the nights when exuberant friends were cheerfully drinking
auvergnat gris out of bright-eyed, thin-stemmed, delicate glasses?

Lines of verse swam high round the light of the lamps, with bright green
epithets bobbing up-down foaming crests of the meter;
those now dead were alive and the prisoners, still at home; those
vanished, dear friends, long since fallen, were writing their poems;
on their hearts the Ukraine, the soil of Spain, or of Flanders.

There were those who, gritting their teeth, ran ahead in the fire,
combat-trained, and only because they were helpless against it,
and while the company slept its troubled sleep in its soiled
shelter of night, their rooms made the rounds of their wakeful dreaming,
rooms that in this society had served them as island and cavern.

Places there were where some went in sealed-off cattle cars; places
where they, stiff with fear and unarmed, stood erect in the minefields;
places where, rifle in hand, not a few of them went of their own will,
silent, because they felt that war, down there, was their own cause –
Angel of Freedom, you’ll guard their enormous dreams in the night now.

Places too… never mind. Where did sage wine nights disappear to?
Flying, the callups came round; the poems left scraps grew in numbers,
as did wrinkles swarm at corners of mouths, under eyes: young
women with beautiful smiles; and the girls with the fairy tale-princess
steps: how heavy they grew in the course of the taciturn war years!

Where is the night and that tavern, that table set out under lindens?
those still alive, whom war’s heel flat-ground for nothing but combat?
This heart hears their voices; my hand holds the warmth of their handshakes.
Quoting their work, I watch the proportions of torsos unfold; I
measure them (prisoner, mute) – up in sigh-filled Serbia’s mountains.

Where, where indeed is the night? that night which shall never return now,
for, to whatever is past, death itself lends another perspective.
Here at the table they sit, take shelter in smiles of the women,
and will yet take sips from our glasses, those many unburied
sleeping in forests of foreign, on meadows of faraway places.

Traducción de Emery George

06 febrero, 2010

Enigmas resueltos

En 1977 salió el primer número de la revista Poesía. Revista ilustrada de información poética, creada y financiada —o tempora, o mores...!— por el Ministerio de Cultura y dirigida de manera admirable por Gonzalo Armero. Desde el primer número quedamos enganchados a su impecable diseño y a la sensación de descubrimiento exultante que suponía pasar cada una de sus páginas. Formó parte esencial de nuestra educación estética básica. En el número 9, de 1980, se encontraba un trabajo de Luis Robledo Estaire que se nos grabó en la memoria. Allí oímos hablar por primera vez de «cánones enigmáticos», y atendimos con curiosidad al nombre de Juan del Vado (1626-1691), el músico autor de aquellos pentagramas insólitos. Andando el tiempo conocimos a Luis Robledo y trabamos amistad. Hoy él ha publicado y comentado extensamente los cánones, aunque cambiándoles levemente la definición genérica. El libro que acaba de aparecer se titula: Los emblemas musicales de Juan del Vado (Madrid: Fundación Caja Madrid, 2009). Lleva un estudio introductorio sobre los emblemas musicales y la figura de Juan del Vado, la reproducción de las páginas manuscritas autógrafas (que se conservan en la Biblioteca Nacional de Madrid) y la edición de la música en limpias partituras que resuelven los enigmas y los dejan listos para ser interpretados.
Estos emblemas musicales los había dispuesto Juan del Vado como exordio a un libro de misas completado entre 1677 y 1679 y que entregó al hermanastro de Carlos II, Juan José de Austria, para utilizarlo en la Capilla Real.
En lugar de sonetos ofrezco a la curiosidad esas empresas enigmáticas o problemas musicales en el principio del libro, que tienen sus definiçiones al fin, adonde se hallan las llaves de los secretos que ençierran, que son con propiedad las claves, y las guardas, las pausas. Algunas hay que tienen muchos dientes y, por eso, difíçiles de falsear, mas tal puede ser la sutileça que a fuer de gançúa las abra y manifieste, y en lugar de castigo mereçerá alabança. Nótalas, que son dignas de reparo, y, con todo, te doy facultad, y tú la tienes, de juzgar de mi libro como te pareçiere, que lo mismo he hecho yo de otros, y así, quedamos iguales todos. (Biblioteca Nacional, Ms. M/1323, «Prólogo a los maestros y dignos çensores desta facultad»).
En el manuscrito M/1325, también de Juan del Vado, se encuentran estos otros dos emblemas musicales que finalmente descartó del libro entregado a la Capilla Real.

Más información »

26 enero, 2010

La lengua absuelta

Es un tópico sobre los gitanos decir que su lengua existe solo para que no les entiendan los  payos o los habitantes de los pueblos por donde vagan, equiparándola así a una especie de germanía de ladrones. Un tópico antiguo que el propio Covarrubias testimoniaba utilizando también alguna de sus etimologías fantásticas. Veamos, por ejemplo, la entrada de su Tesoro sobre la jerigonza:
Jerigonza. Un cierto lenguaje particular de que usan los ciegos con que se entienden entre sí. Lo mesmo tienen los gitanos, y también forman lengua los rufianes y los ladrones, que llaman germanía. Díjose gerigonza, quasi gregigonza, porque en tiempos pasados era tan peregrina la lengua griega, que aun pocos de los que profesan facultades la entendían, y así decían hablar griego el que no se dejaba entender. O se dijo del nombre gyrus, gyri, que es vuelta y rodeo, por rodear las palabras, permutando las sílabas o trastocando las razones; o está corrompido de gytgonza, lenguaje de gitanos.
En la entrada anterior se trataba sobre todo de las tensiones que se entablan entre la identidad de un pueblo y las identidades de los individuos que lo forman, y que, en el caso de los gitanos, se manifiestan de manera especial en la lengua. En este contexto sirve de perfecta ilustración la vívida anécdota que acabamos de encontrar. En ella queda claro hasta qué punto los gitanos, cuya lengua les otorga identidad, asumen el discurso del poder que los margina. Pero dejan de sentirse inferiores cuando averiguan que también su lengua puede escribirse como las lenguas «normales»:
 «Cuando estaba enseñando en la escuela de un pueblo húngaro, los chicos de los gitanos Beas, que usaban entre ellos su lengua como una suerte de argot secreto o confidencial, me maldecían. Su lengua es una versión arcaica del rumano. También se habían traído las maldiciones desde su vieja patria. Yo hablo rumano, así que les respondí. Llegamos a un pacto. Si venían regularmente a la escuela, yo les enseñaría a escribir en su lengua materna. Permanecieron boquiabiertos durante varios minutos al ver en la pizarra que lo que pronunciaban se podía realmente escribir. Dijeron que ahora sabían claramente que eran iguales a aquellos muchachos a quienes sus maestros no les prohibían hablar en su propia lengua en la escuela. Sentían que los malos tiempos finalmente habían terminado: tenían palabras que no solo se podían pronunciar, sino también podían escribirse. De ahora en adelante dialogar sería solo cuestión de usar el diccionario. Estaban convencidos de que todo sería así de simple. No sabían que el diablo duerme en los detalles.»
Niños roma jugando en la colonia de Krompachy, Eslovaquia oriental, 1991
(tomado de Isabel Fonseca, Enterradme de pie, 1995)

Por otra parte, es fácil que el grupo haga bandera y marca diferencial positiva de esa característica que los excluye y la convierta, paradójicamente, en motivo de orgullo. Este peligro tiene que ver también con las estrategias de poder en el interior del grupo y fue algo que contribuyó a destruir la vida de Papusza.

24 enero, 2010

Lirenar

Sabemos que la lectura solitaria —aquella en que los ojos son una especie de tragaluz que absorbe las letras para iluminar la oscuridad del individuo solo— es una actividad moderna. Depende de la existencia de lo que conocemos como «individuo». Es un invento reciente y más o menos paralelo a nuestra idea de la «literatura». No discutiremos que el monje parisino que abría en su celda una copia manuscrita de las Cartas de Abelardo y Eloísa, el humanista milanés que se solazaba con la Hypnerotomachia Poliphilii y el hidalgo que se hacía encuadernar los versos favoritos de los poetas ingeniosos que corrían por el Madrid de Felipe IV, leían fundamentalmente para ellos mismos. Ni que don Quijote, que se volvió loco por llevar a cabo este tipo de lectura, marque un punto y aparte en la historia de las letras. Esto es así, pero hizo falta que todos estos personajes dejaran de ser excepcionales y poblaran masivamente las ciudades, y que en ellas apareciera una nueva conciencia de individuo, que quizá pueda llamarse burguesa, para consolidar de una vez por todas la lectura solitaria y, con ella, nuestra idea de la literatura.

A veces es difícil hacer ver la profundidad de las implicaciones de estos cambios a quienes no han tratado lo suficiente con la literatura anterior al siglo XIX. Sirve entonces de ejercicio dirigirse a la autoridad del Tesoro de la lengua castellana o española de Sebastián de Covarrubias y pedirles que busquen allí —estamos en 1611, seis años después de la publicación de la primera parte del Quijote— la definición de leer:
Leer. Del verbo latino lego, is, es pronunciar con palabras lo que por letras está escrito. Leer, enseñar alguna diciplina públicamente.
Así que todavía en 1611 «leer» es pronunciar, usar la voz, hacer público. No solo usar los ojos, interiorizar, reflexionar.

Pero aún hoy leer y escribir pueden ser, en algunos ámbitos, cosas distintas a lo que entendemos de manera automática. Nos lo cuenta Isabel Fonseca en un libro que explica de una manera muy intensa la historia, la vida y sobre todo la cultura de los gitanos en la Europa ex-comunista: Bury Me Standing, 1995 (Enterradme de pie, 2009). Nos llama la atención la cantidad de referencias a la relación que tienen los gitanos con su lengua propia, con la escritura y la lectura. El libro empieza hablando de la famosa Papusza (muñeca) nombre romaní por el que se conoció a Bronisława Wajs (1908-1987), gitana polaca. Una mujer que se empeñó de pequeña en aprender a leer y acabó escribiendo una colección de extraordinarios poemas que son muchas veces testimonio de los acontecimientos difíciles de la historia de su pueblo. Basta ver la balada que escribió sobre la vida clandestina en los bosques durante la Guerra, «Lágrimas de sangre: lo que pasamos bajo los alemanes en Volhynia en los años 43 y 44». Antes se había dado a conocer como cantante, desde que la casaron, a los 15 años, con el viejo y venerable arpista Dionizy Wajs.



Imágenes de Papusza. Al fondo se escucha la canción popular rusa Por qué, amigo, bajaste tanto la cabeza, cantada por el grupo «Ruska Roma» (gitanos ruso-polacos de Volhynia) Romane Gila

Las reflexiones de Isabel Fonseca sobre la relación de los gitanos con la escritura nos revelan una tensión entre lo individual y lo colectivo que creíamos que ya no existía en Europa: «La œuvre colectiva del puñado de poetas romaníes que está hoy en activo presta testimonio de una tensión no superada entre la fidelidad a la tradición popular y la tentativa individual, acompañada de un leve sentimiento de culpa, de cartografiar la propia experiencia. Papusza recorrió ya, cuarenta años atrás, ese camino que lleva de lo colectivo y lo abstracto a un mundo privado, detalladamente considerado.» (p. 14)

A Papusza, ese camino la llevó a la consideración de «traidora» y magherdo (impura) entre los roma polacos, fue excluida del grupo y su vida se vino abajo. Primero en un hospital psiquiátrico y luego sola y aislada durante treinta y cuatro largos años, hasta su muerte.

Para Papusza, al contrario que Preciosa —aquella otra gitana ilustre que sabía leer y escribir inventada por Cervantes—, ganar un nombre en una actividad propia de los gadjo (payos) como es publicar libros, a la vez que le granjeaba una identidad única, le costó la separación radical de su grupo (claro que de Preciosa sabremos luego que no era gitana). En los gitanos hay una suerte de encierro en la palabra hablada del que se están liberando lentamente. La pregunta es si esa «liberación» será indefectiblemente paralela a su desaparición completa como pueblo.

Copiamos unas líneas del libro de Fonseca:
No hay propiamente una palabra en romaní que exprese la idea de «escribir» o la de «leer». Los gitanos toman prestado de otras lenguas para describir estas actividades. O también, y es aún más revelador, usan otras palabras romaníes. Chin, o «corte» (como en la talla), significa «escribir». El verbo «leer» es gin, que significa «contar». Pero la expresión habitual es dav opre: dav opre significa «yo entrego», y así la frase puede traducirse «leo en voz alta». No describe el leer para uno mismo; eso no es algo que hagan los gitanos en general. Asimismo, drabarav, una versión de «leo» utilizada por los gitanos macedonios, significa tradicionalmente leer en el sentido específico de leer el destino en la palma de la mano. Y en Albania los gitanos pueden decir gilabav para decir «leo», aunque signifique en principio «canto».
     Un gilabno es un cantor o un lector; un drabarno (o más a menudo un femenino drabarni) es alguien que lee o que adivina el futuro pero también que entiende de hierbas, lo que equivale a curandero. Se trata de innovaciones recientes; muestran lo que el lenguaje escrito significa para un pueblo históricamente analfabeto. (p. 18)

Sin embargo, nuestro amigo Péter Berta, gran conocedor de la cultura gitana centroeuropea, especialmente de Hungría y Rumania, nos dio esta nota complementaria a las palabras de Isabel Fonseca:

En los dialectos romaníes de Rumania el verbo «leer» se encuentra incluso en dos formas. Para atenerse solo al dialecto de los Gábor de Transilvania [un grupo de unos cien mil gitanos sobre los que Péter investiga], está el verbo drabaröl. Por ejemplo: drabaröl e Biblie = Lee la Biblia (el verbo tiene igual raíz que el nombre drab que se usaba en el sentido de «hierba, medicina». En el dialecto Gábor el antiguo sentido se ha ido oscureciendo y ya solo se usa para indicar «leer»). El otro verbo es ginel o djinel, que significa explícitamente «leer». Por ejemplo: zanav aba te ginav = yo ya sé leer (letras, libro). Ginel en ciertos dialectos significa también «numerar», pero muchos dialectos utilizan un verbo distinto para cada actividad.
Nos quedaría por averiguar con más detalle hasta qué punto en los demás dialectos del romaní el ámbito semántico de los términos para «leer» es tal y como explicaba Fonseca. En caló, por ejemplo, hemos encontrado lirenar y nacardelar que, a lo que nos parece, no funcionan exactamente así.


Oh, Señor, ¿adónde debo ir?
¿Qué puedo hacer?
¿Dónde puedo hallar
leyendas y canciones?
No voy hacia el bosque,
ya no encuentro ríos.
¡Oh bosque, padre mío,
mi negro padre!

El tiempo de los gitanos errantes
pasó ya hace mucho. Pero yo les veo,
son alegres,
fuertes y claros como el agua.
La oyes
correr cuando quiere hablar.
Pero la pobre no tiene palabras…

…el agua no mira atrás.
Huye, corre, lejos, allá
donde ya nadie la verá
agua que se va.
Papusza


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18 enero, 2010

La casa que no existió


Fotos de doroti danini

Foto de Rustem Adagamov


La noche del 2 al 3 de enero ardió la dacha de Muromtsev, la última casa de madera del histórico distrito moscovita de Tsaritsino que a lo largo del pasado siglo fue hogar de conocidos escritores, pintores, músicos e investigadores como el Nobel Ivan Bunin o el mítico Venedikt Yerofeev —Venichka— cuya obra Moscú-Petushki (o, según otra traducción, Estaciones de Moscú), escrita en 1968 y durante veinte años solo divulgada clandestinamente como samizdat, fue la caricatura más cruel de la era Brezhnev.

Fotos de Ilya Varlamov, 3 de enero de 2010


Esta casa fue el último edificio de un asentamiento suburbano —podmoskovnaya— de dachas creado en el siglo XIX siguiendo una disposición radial según el espíritu de los «asentamientos comunales» de Ruskin. Los frondosos jardines arbolados de la urbanización se fundían imperceptiblemente con el gran parque decimonónico del Palacio Imperial de Tsaritsino.


Poemas del Río Wang

Durante el verano, las tradicionales dachas de madera eran ocupadas por distinguidos miembros de la alta sociedad de Moscú. El artículo de Aleksandr Mozhaev sobre esta casa habla de algunos de aquellos personajes. Su noble nómina incluye a Sergey Muromtsev, profesor de Derecho Romano en Moscú, presidente del Partido KD y del primer Parlamento ruso de 1906. Él fue quien construyó la casa, en el nº 3 de la Quinta Calle Radial y redactó entre sus paredes el borrador de la primera Constitución rusa. Aquella dacha fue un auténtico punto de reunión de la intelligentsiya de Moscú. Ivan Bunin, primer escritor ruso en ganar el premio Nobel, encontró aquí a su futura esposa, Vera, sobrina de Muromtsev.


En 1917 la propiedad de la familia Muromtsev fue confiscada. Se transformó primero en una oficina de reclutamiento y después de la guerra civil en escuela. En 1937, cuando la escuela de Tsaritsino se dotó de un edificio de piedra, los profesores se trasladaron a esta casa que todavía está parcialmente habitada por sus descendientes —y aún había una anciana de 104 años que había formado parte de los primeros inquilinos.


Desde los 60, funcionó aquí un instituto de investigación en ciencias naturales, y algunos de  sus miembros se establecieron también con los «nativos». Por las características de las familias y de su círculo de amigos, desde los 70 la casa se convirtió en el centro cultural (no oficial) de Tsaritsino. Se organizaban exposiciones, se montó un teatro alternativo y el jardín acogía veladas donde los escritores leían sus nuevas obras. Varios artistas se instalaron por períodos más o menos largos, en especial Yerofeev, que escribió aquí Vasiliy Rozanov y La noche de Walpurgis. Sus fotos, manuscritos y libros, así como documentos de la historia de Tsaritsino fueron aprovechados por los vecinos para erigir en esta casa el Museo en memoria de Yerofeev.



Dos fotos de Dmitry Borko

Tras el cambio de régimen en 1989, el ayuntamiento pasó la gestión del territorio a una compañía desconocida llamada «Merkuriy». Esta empresa descatalogó la casa, la declaró como inexistente y la eliminó de todos los registros y mapas de Moscú. Sus habitantes, con todo, se negaron a abandonar la casa en que habían nacido y en la que habían vivido por décadas —también porque no tenían otro sitio adonde ir—. De este modo, arreglaron su propio sistema de aprovisionamiento de agua, calefacción y electricidad. Publicaron una web profesional con el título «La casa que no existe» para difundir noticias sobre el museo y la documentación de sus luchas legales. En 2005 iniciaron los procedimientos legales sobre la casa sin propietario, alegando el derecho de 15 años de prescripción positiva, pero los tribunales de Moscú desestimaron su demanda. Se dirigieron luego en busca de apoyo a la asociación Arkhnadzor, que ha hecho mucho para proteger los monumentos históricos amenazados de Moscú. Arkhadzor ha propuesto oficialmente que la casa entre en la lista de monumentos conservados por el estado. Hasta que el Ministerio de Cultura no resuelva esta solicitud la casa no podrá ser demolida ni evacuada.


Después de todos estos trámites, como se contó hace unos meses en la web de la casa, aparecieron unos policías para advertir a los inquilinos de que, al margen de cualquier protección cultural, «debían comprender que en una casa así puede ocurrir cualquier cosa, por ejemplo un incendio». Y la profecía se cumplió al poco tiempo.


El incendio del 3 de enero prendió en una habitación deshabitada. Parecía poca cosa al principio y los inquilinos confiaban que con la rápida llegada de los bomberos quedaría extinguido. Pero los bomberos declararon que sus superiores les ordenaron no salvar la casa. Y, de hecho, no apagaron el fuego; al contrario, al romper las ventanas contribuyeron a su veloz propagación.


Tenemos las fotos, hechas por los vecinos y sus amigos, de los bomberos quietos observando las llamas. Pero no tenemos suficiente estómago para repetirlas. Bastará echar un vistazo a esta de un bombero apaciblemente sentado en la centenaria mecedora de Sergey Muromtsev: al acabar su actuación se la llevó consigo junto a tantos otros objetos valiosos saqueados de la casa devastada.


Y a la mañana siguiente, como si hubieran soñado los acontecimientos, ya estaban las excavadoras preparadas para retirar los restos calcinados.


Y si la historia no acabó aquí, como la de tantos otros edificios antiguos —pues este método está ampliamente extendido en la región, y muchos comentaristas han apuntado su práctica en Moscú, Kaluga, Ryazán u Odesa— es debido en buena parte a la asociación Arkhnadzor que llamó la atención de la prensa y el público. El pasado año organizaron una serie de veladas en memoria de Yerofeev, en la dacha de Muromtsev, que fueron cubiertas por la prensa diaria. Las fotos que siguen se tomaron durante una de esas reuniones, en julio de 2009. Pueden verse más en la evocadora página de Rustem Adagamov.




En aquellas veladas, a través de los blogs se difundió a toda Rusia información acerca de la dacha de Muromtsev y del museo de Yerofeev. Así, cuando pasó el desastre, se disparó enseguida la actividad y movilización de la red. En el momento de la llegada de las excavadoras ya estaban allí docenas de pesonas, periodistas y reporteros de TV preparados para emitir. Las excavadoras se esfumaron de inmediato y en las últimas dos semanas no han vuelto a asomarse. Los bloggers —de algunos hemos tomado estas imágenes pero hay muchos otros— pidieron ayuda para el alojamiento provisional de los inquilinos (y hasta de sus gatos), para proporcionarles ropa, comida y dinero, y para retirar las ruinas. Han seguido publicando fotos y noticias y han creado una Asociación de la Dacha de Muromtsev cuyo blog cubre los acontecimientos en directo. Los inquilinos insisten en no abandonar el caso ni cejarán en su lucha por la supervivencia de la casa. Y sea cual sea el final de la historia, esta solidaridad, colaboración y resolución merece todo nuestro respeto, nos da ejemplo y esperanza no solo sobre el futuro de Rusia. Os damos las gracias.




“Así ocurría que antes de los setenta, cuando la ciudad mantenía un crecimiento a buen ritmo, los palacios de madera y las casas nobles desparecían una tras otra, junto a los cortesanos y primos de los antiguos pachás que habían luchado encarnizadamente por la herencia, dividiendo entre ellos los antiguos edificios en pisos o incluso en apartamentos, y dejándolos luego pudrirse sin ningún cuidado, la pintura que se caía y la madera negra por la humedad y el frío; y con frecuencia eran ellos mismos quienes prendían fuego a las casas de madera para que se pudiera construir en su lugar un edificio de muchas plantas.»
Orhan Pamuk: Estanbul

«No hay nada eterno, excepto la deshonestidad.»
Venedikt Yerofeev


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12 enero, 2010

Formas del tiempo

Nos hemos dado cuenta de que tener la mesa llena de libros, papeles y objetos, es decir, esta mesa revuelta en la que escribimos, facilita asociaciones y coincidencias insospechadas y aviva los recuerdos. Hoy hemos abierto un libro precioso: Juan Rulfo: Oaxaca (Mexico: rm, 2009). Son 64 fotos de aquel fotógrafo tímido, invisible, sobrecogedor que fue Juan Rulfo cuando, casi siempre por razones de su trabajo, recorría con su Rolleiflex la parte más dura de la geografía mexicana. Rulfo hizo muchas fotos de la arquitectura de los lugares por los que andaba.


La coincidencia de hoy es que, viendo algunas de esas iglesias medio derruidas, polvorientas, en aquella Tierra Caliente donde vagan por siempre los rencores vivos de Pedro Páramo y de todas las almas de Comala, nos hemos apresurado a rebuscar esta otra fotografía que teníamos completamente en el olvido.


En efecto, esta la hicimos nosotros y es Wang Wei quien está sentado en el umbral.  Durante muchos años estuvo en ruinas esta iglesia y abandonado todo el barrio. Es El Molinar de Palma el año 1983. Al otro lado de la calle llegaban las olas, hasta la playa de los pescadores. Algunos gitanos también se habían instalado aquí por esas fechas. Hoy todo es muy diferente. Estas otras fotos son de esta misma tarde.

Difícil reconocer las ruinas de la iglesia

La playa, al otro lado de la calle, ahora separada por un paseo