En el capítulo que dedica a Flegias —rey de los lapitas que incendió el templo de Apolo en Delfos—, Baltasar de Vitoria cita y traduce un verso que Virgilio pone en su boca. Flegias, por ese acto de impiedad, ha sido arrojado al infierno y desde allí clama «Discite iustitiam, moniti, et non temnere divos» (aprended la justicia, oh vosotros advertidos, y a no despreciar a los dioses). Pero Baltasar de Vitoria añade una anécdota sorprendente:
Y de camino dire lo que oî à vn Sacerdote hombre de mucha verdad, que estando conjurando à vn endemoniado, le pregunto al demonio, qual era el mejor verso de Virgilio, y el respondio que este: Discite iustitiam, &c.
Puede influir en el juicio del demonio que el verso de Virgilio se pronuncie en el Infierno, donde seguirá sonando toda la eternidad. Allí, los condenados por impíos
—como el mismo Lucifer— lo tienen que oír con especial quebranto: es el caso de Salmoneo*, Tántalo, Sísifo y otros escarmentados rebeldes. Y todavía sería mayor su impacto si atendemos al comentario de Servio, que afirma que el imperativo verso se dirige explícitamente a aquellos que están «puestos en los castigos».
Lo que no deja de ser paradójico, pues ¿cómo van a cumplir la
orden en tales circunstancias?
* A Salmoneo, rey de Élide que osó compararse a Júpiter, le dedicó Joost van den Vondel una entera tragedia («Salmoneus», Amsterdam 1657), que lleva en el fontispicio, como mote de la obra, la admonición de Virgilio (ver la edición digital en la
dbnl).
Pero más allá de la situación en que se enuncia, el éxito de este verso nace de que, con perfecta simetría y sentenciosidad, marca las obligaciones del príncipe hacia sus inferiores y hacia sus superiores: los súbditos y los dioses. Aunque, por supuesto, también concierne al hombre en general, como señala Lipsio en su De constantia.
Así, no es casualidad que en un ejemplar de la autorizada edición de las Opera omnia de Virgilio, de Basilea 1562, a cargo de Georgius Fabricius (1516-1571) y conservada en la Academia Húngara, el verso se encuentre subrayado como si fuera un mote por la misma mano que ha numerado los otros versos del libro:
Que, en efecto, la frase funcionaba como una especie de mote o sentencia de uso común lo atestigua su presencia en muchas polianteas. Valga de ejemplo la de Joannes Langius (Basilea 1613) donde aparece el verso tanto bajo el concepto «Justicia» como en «Temor de Dios». Y es directamente un mote en los emblemas españoles de Juan de Horozco (Emblemas morales 2.23, f. 45) o de Juan de Solórzano Pereira (emblema 19), siempre referido a la labor de los jueces.
Sin embargo, es extraño
—y hasta misterioso— que en una edición de Petrus Burmannus Jun. de las Opera omnia de Virgilio (1746) aparezca un comentario de Georgius Fabricius que no está en su propia edición. Se refiere allí el caso del sacerdote Lazzaro Bonamico (1477-1552) que preguntó a una muchacha paduana poseída por el demonio
—y que sabia latín y
griego y era muy
letrada— cuál era el mejor verso de Virgilio, pronunciando ella entonces, con voz clara, este que comentamos.
Y aquí ya no tenemos más remedio que dudar de la «mucha verdad» del sacerdote de Vitoria que contó esta anécdota como si él la hubiera vivido.
Pero también hemos
comprobado que el
recorrido de la
historia se alarga y
complica. James
Russell Lowell
(1819-91) atribuye
el cuento a
Melanchton (en cuyo
exhaustivo índice no
se encuentra ni
palabra),
trasterrando a
Bonamico de Padua a
Bolonia y diciendo
que la muchacha «no
sabía latín». Lo
único cierto aquí es
que Melanchton cita
este verso en sus
epigramas como
admonición a los
poetas líricos «que
nos deben hacer
recordar que Dios
castiga a los
príncipes
arrogantes». Quizá
con esta advertencia
en la mente —pero
desde luego en una
clave poco lírica—
Hegel puso el verso
como título al
traducir el panfleto
de Jean-Jacques Cart
escrito contra los
pequeños tiranos
alemanes. Y la
historia acaba con
Poe volviéndose de
nuevo hacia la
injusticia y el
menosprecio a los
dioses, cuando
censura la
traducción sesgada
que hizo Voltaire de
este verso para
negar que el
monoteísmo fuera de
origen judío.
Hemos dudado, en fin, de la «mucha verdad» del sacerdote mencionado por Vitoria, pero ¿qué razones tenemos para habernos creído la respuesta del demonio?
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Baltasar de Vitoria, Teatro de los dioses de la gentilidad. Primera parte, 4.25.3. Madrid 1620, p. 644:
Sera en este articulo hazer vn largo discurso, para prouar este
intento, y assi remito esto para que los curiosos lo puedan ver en
los Autores alegados, donde se hallaran casos bien particulares, y
extraordinarios: y vengamos aora al de Flegias, que por otros casos
semejantes esta en el Infierno hecho predicador, contra los
menospreciadores de Dios, y su culto santo, como lo dize Virgilio.
—— Phlegiasque miserrimus omnes
Admonet, & magna testatur voce per vmbras,
Discite iustitiam, moniti, & non temnere diuos.
Flegias el miserable, sin paciencia,
Con grandes vozes, por las sombras dize:
Iusticia aprended todos, y clemencia
No desprecies à Dios como yo hize.
Y de camino dire lo que oî à vn Sacerdote hombre de mucha verdad,
que estando conjurado à vn endemoniado, le pregunto al demonio, qual
era el mejor verso de Virgilio, y el respondio que este: Discite
iustitiam, &c.
Servio, In Vergilii Aeneidos, 6.620:
Discite iustitiam. Hoc est, vel nunc in poenis locati. Justo Lipsio, De constantia, lib. 2. cap. 10: Denique Punitionem ipsam bonam & salubrem esse: dei respectu, hominum, & eius qui punitur. Opera omnia Lipsii, Amsterdam 1637, I, 403:
At Punitio ad malos spectat, fateor: non tamen mala Bona enim primò,
si deum respicis: cuius iustitiae aeterna & immota lex postulat,
peccata hominum aut emendari, aut tolli. Castigatio autem, quae
ablui possunt, emendat: quae nequeunt, Punitio tollit. Bona iterùm;
si homines spectes. quorum stare aut perennare haec societas non
potest, si violentis scelestisque ingenijs omnia sint impunè. Vt ad
priuatam cuiusque securitatem, priuati furis aut sicarij supplicio
opus est: sic ad publicam, illustri aliquo & communi.
Animaduersiones istae in tyrannos, & orbis terrae latrones,
aliquando interueniant necessum est, vt exempla sint quae admoneant:
Εἶναι δίκης
ὀφθαλμὸν, ὃς τὰ πάνθ’ ὁρᾷ.
Iustitiae lumen esse, cuncta quod videt. [Imò etiam respectu punitorum. Diuina non
vltio propriè, sed cohibitio.]
quae alijs regibus populisque inclament,
Discite iustitiam moniti, & non temnere diuos.
Virgilii Opera, cum integris commentariis Servii, Philargyrii, Pierii... Nicolai Heinsii, ed. Petrus Burmannus, Amsterdam 1746:
Discite justitiam. Haec verba apud Pindarum loquitur ipse Ixion. apud Virgilium Theseus, ad Phlegyas, Ixionis populos, quorum urbs ob crudelitatem, & impietatem eversa est. Audivi ex Lazaro Bonamico, viro gravi & fidei pleno, puellam fuisse in agro Patavino fanaticam, quae Graece & Latine, omnium literarum ante insaniam expers, optime locuta sit. Haec cum interrogaretur, quaenam esset praestantissima apud Virgilium sententia, hunc versum voce clara ter pronuntiavit. FABRIC.
Horozco, Emblemas morales 2.23:
Melanchton, Epigrammata, ed. Petrus Vincentius, Wittenberg 1579, p. G5b, Anno 1558: De Lyricis Poetis:
Discite iustitiam moniti, et non temnere Divos,
Nam sontes punit iudicis ira Dei.
Haec cum regna canunt eversa, ducumque furores,
Scriptores Lyrici nos meminisse iubent.
Pindarus haec melius Cygnea voce canebat,
Tu tamen et Flacci carmina saepe legas.
James Russell Lowell, Among My Books, footnote 112:
Melancthon, however, used to tell of a possessed
girl
in Italy who knew no Latin, but the Devil in her, being asked by
Bonamico, a Bolognese professor, what was the best verse in Virgil,
answered at once:--
"Discite justitiam moniti, et non temnere divos,"--
a somewhat remarkable concession on the part of a fallen angel.
Edgar A. Poe, Marginalia (1844), p. 484:
One of the most deliberate tricks of Voltaire, is where he renders,
by
Soyez justes, mortels, et ne craignez qu'un Dieu,
the words of Phlegyas, who cries out, in Hell,
Dicite
[sic] justitiam, moniti, et non temnere Divos.
He gives the line this twist, by way of showing that the ancients
worshipped one God. He is endeavoring to deny that the idea of the
Unity of God originated with the Jews.
y un añadido de Graham Christian, Curator,
Massachusetts Center for Renaissance Studies (¡muchas gracias,
Graham!):
Es un encantador ensayito, pero yo tengo ... un
añadido: el momento clave del relato breve de Isak Dinesen «El mono»
(escrito hacia 1934)
gira alrededor de la charla de la Superiora sobre
este mismo verso, abreviado: "Discite justitiam et non temnere divos."
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