Centellas 410-440 (sin las notas del editor)
410. Hay algunos hombres que de puro bachilleres suelen dar su parecer en todas las cosas, y si les vais a la mano, alzan los ojos al cielo, como quien tiene lástima de vuestra ignorancia, cosa que basta matar de risa o de enfado.
411. Los consejeros de un reino o de una provincia que dan en presumir de elocuentes, suelen echar a perder el buen gobierno; especialmente si por antiguos tienen alguna autoridad y los colegas fueren algo flojos, porque estos paporrean y porfían en defensa de su parecer; de manera que si los otros, de cansados y mohínos dejan correr los negocios por su vereda, y el presidente es más amigo de palabras recamadas que de razones sustanciales, todo va perdido.
412. Como la lengua ha dado ya en ser más libre y más ligera que el pensamiento, más afilada que navaja y amiga de cortar vidas ajenas, apenas hay obra humana que pueda librarse de sus heridas. Así que debajo de este presupuesto se ha de vivir en el mundo.
413. Vaya, pues, el mundo como fuere; mude, revuelva el tiempo las costumbres; camine cada cual tras sus antojos; suben los unos y bajen los otros; que pues la vida es brevísima y la muerte común a todos, todas las cosas que vemos son de poca estimación.
414. Suelen muchas veces tomarse resoluciones bien ordenadas, que por faltar el orden en la ejecución, resultan nuevos y grandísimos desórdenes. Así que en los consejos no basta bien deliberar, que la mayor importancia recae en bien elegir ejecutores de la cosa deliberada.
415. Paréceme que en ninguna cosa habrían de poner los príncipes mayor cuidado que en elegir consejeros, porque de los ignorantes nacen los errores; de los maliciosos, las maldades; y de los unos y los otros, la perdición de los estados.
416. Por descargo de los jueces, por castigo de los abogados y procuradores, y por beneficio de los litigantes, sería bien que hubiese en cada provincia un consejo formado para componer y concordar diferencias civiles, y que nadie pudiese introducir causa alguna que primero no hubiese pasado por el crisol de la concordia para atajar de esta manera la perdición de las haciendas, pues vemos claramente que las dilaciones de los pleitos acarrean mayores daños que provechos las sentencias favorables.
417. Dicen que, preguntado Nerón si en caso que faltasen todos los hombres aptos para gobernar provincias sería bien proveer los cargos en mujeres ilustres y famosas, dijo que no, sino en cualesquiera de los otros animales, aunque fuesen tigres o leones, porque en fin, del mal lo menos.
418. Son tan varios los deseos y diferentes los pareceres de los hombres que no se pueden hacer obras ni decir palabras con aplauso general, y así para guisados comunes basta apartarse de los extremos de dulce y acedo, y que no falte la sal del todo, pues ya los gustos no son ahora tan apurados como solían.
419. Sin duda que estas Centellas parecerá[n] a muchos que pueden salir del fuego de pajas, y que en sus entendimientos las hallarán a millares; pero al tiempo del sacarlas podría ser que saliesen convertidas en humo o ceniza.
420. Las ocasiones perdidas lastiman de manera que no admiten humano consuelo, porque falta la esperanza de cobrarlas y el arrepentimiento es sin fruto.
421. La cosa que más engaña es la propia estimación, porque no admite razones fuera de su parecer, ni le parece que puede errar en cosa alguna.
422. La flojedad de los príncipes aumenta la autoridad de los ministros, y la demasiada autoridad de los ministros enflaquece el amor de los vasallos.
423. Del que hubieres ofendido no fíes del todo por más que parezca amigo, porque los hombres se excusan de sus picaduras mucho más de lo que muestran, y aguardan con buen semblante las ocasiones para desquitarse.
424. En balde se fatiga el virtuoso en allegar merecimientos, y más en balde aquellos que por solo sangre ilustre buscan honras y provechos, pues ya solo el dinero tiene adquirido el derecho de todas las cosas.
425. Está ya tan enflaquecida la justicia correctiva, que no se atreve a los gatos, y como la tierra está llena de lobos y de raposas, no hay animal doméstico o manso que pueda vivir seguro. Este mal es de llorar, y más, porque va faltando la esperanza del remedio.
426. Muy justo es que se den los cargos principales a los hombres que lo son (si los merecen), porque la sangre ilustre ilustra mucho el mando y señorío, y en la de bajos quilates está la autoridad como extranjera, de quien se aparta el respeto voluntario.
427. Los extremos de rigor y mansedumbre son las fronteras del gobierno público, de quien ha de vivir el gobernador apartado, pero no tan lejos que no pueda acudir a ellas cuando sea menester, porque en fin las ocasiones del mal y de bien están en manos de los hombres, cuya voluntad es libre, escondida y variable.
428. Las reglas del gobierno público no basta saberlas de coro pues no se han de practicar siempre de una manera; mas para entender el cómo, cuándo y cuánto es necesario velar estudiando sobre las ocasiones que se ofrecieren, y el gobernador que esto no hiciere no acertará en cosa alguna fuera de las ordinarias.
429. En las cortes de los reyes sería bien que hubiese escuelas de gobierno de estado para que los hijos de los señores que a su tiempo y sazón pueden ser proveídos a cargos principales aprendiesen lo que se practica en cada una de las provincias de sus reinos, y de esta manera llegarían instruidos al manejo de las cosas, excusando los errores, que de no serlo resultan luego en los principios, de que nacen muchos inconvenientes que suelen durar después todo el tiempo de su administración.
430. Dicen algunos que por razón de estado le conviene al que gobierna una provincia dejarla al sucesor o muy quieta o muy revuelta; porque dejándola indiferente todos los buenos sucesos se atribuyen al que entra de nuevo al gobierno, y los contrarios, al que sale. Pero el gobernador cristiano está obligado a tenerla y a dejarla lo más bien ordenada que le sea posible.
431. Si los trabajos de los reyes no fuesen acompañados de las comodidades de su grandeza, no habría sujeto humano que lo pudiese llevar, y no es el menor de todos ver la falta de consideración de sus vasallos, que no sabiendo gobernar sus propias cosas, murmuran y se quejan del gobierno de las monarquías.
432. Los que no pueden sufrir contradicciones no pueden dejar de perderse, porque no hay hombre tan sabio en el mundo que no pueda recibir luz del entendimiento del otro, ni tan clara luz de entendimiento que pueda descubrir todas las cosas.
433. Hay hombres que hablan siempre con todos magistralmente, y como quien enseña a gente ruda y grosera, de que se enfadan y cansan muchos con razón; pero los muy discretos, conociendo que estos son como perniles entreverados de locura y necedad, saben sacar de ellos burla y risa y donoso entretenimiento.
434. Quejámonos todos de las mudanzas del tiempo y nosotros mismos somos la causa de ellas; porque siempre es uno el curso de los días pero las ocupaciones y ejercicios de los hombres, diferentes, de que nacen también las diferencias de los tiempos.
435. Necesaria cosa es que haya algunos a quien por su locura o necedad sucedan casos desastrados, pues aun cargados de ejemplos, no sabemos escarmentar en cabeza ajena, señal evidente que a todos alcanza parte alguna de estas calidades.
436. La arrogancia acompañada con autoridad de oficio o cargo lleva a los hombres por despeñaderos, y en los mayores peligros no les consiente pedir la mano a nadie, de que resulta su caída.
437. Si el que se hallare caído puede levantarse un poco y no lo hace (pareciéndole vergüenza no levantarse del todo) merece para siempre quedar empatanado; porque es necedad querer que la fortuna levante con la presteza que derriba, pues siempre fue más dificultoso levantar un peso, que dejarle caer.
438. Sin duda que hay algunas cosas fuera de la común opinión, que si las experimentasen saldrían muy bien; y acerca de esto tengo para mí que si los médicos recetasen para los enfermos lo que toman para sí mismos sanarían muchos más, y que en hacer que los juristas abogasen de balde, se atajarían los pleitos.
439. Los que se precian mucho de elocuentes y agudos suelen ahogar todas las cosas en un mar de palabras, y al componer de las obras mezclar tan grande variedad de materiales, que no pudiendo atar los unos con los otros, ha de parar la fábrica y ser derribada como la torre de Babilonia.
440. Los disparates o desatinos en los hombres ignorantes se pueden reprender; pero en los agudos y bachilleres son dignos de castigar; porque nacen de sobrada presunción, que agrava el delito, y son hechos a caso acordado.
Medio Maravedí es una coedición
de la Universitat de les Illes Balears
y José J. de Olañeta, Editor.
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